Desconozco si en los planes de estudios actuales de la ESO y Bachillerato existe la asignatura Historia del Arte, pero desde luego, para mí, marcó un antes y un después para acercarme a la arquitectura, la escultura y la pintura, principalmente.
Y si alguna obra me impactó y aún hoy me sigue sobrecogiendo es ‘El Matrimonio Arnolfini’. He tenido la suerte de viajar a Londres en varias ocasiones, y lo primero y último que siempre he hecho en esos viajes, es entrar a la National Gallery y pararme un rato delante de este pequeño pero impresionante cuadro.
Esta pintura es obra del pintor flamenco Jan Van Eyck y se trata de un retrato del rico mercader italiano Giovanni di Nicolao Arnolfini y Constanza Trenta, realizado en 1434.
Las teorías sobre la identidad de las personas retratadas y del significado de todos y cada uno de los detalles del cuadro, ninguno puesto por azar, son múltiples, pero todas coinciden en varios elementos.
En primer lugar, se duda de si la escena pertenecía o no al acto sacramental del matrimonio o es una simple promesa del mismo. Lo que sí es relevante es que el caballero sostiene con firmeza la mano de la mujer, que baja ligeramente la cabeza en señal de sumisión de la esposa a su marido (muy típico de la época), y que la única vela encendida en la lámpara podría dar certeza a que realmente se tratara de la boda de los mismos.
Por otro lado, la presencia del perro también demuestra el sentimiento de amor y fidelidad entre la pareja, así como el status social del los mismos, ya que la propia raza del can atesora su posición dentro de la localidad de Brujas en el siglo XV.
Otro aspecto importante, sería el falso embarazo de la mujer, ya que en esa época se tendía a pintar a las mujeres con el vientre abultado, aunque el color de sus ropas y su mano apoyada en el vientre invite a pensar en la esperanza de lo que vendrá.
El detallismo y simbolismo del espejo es espectacular, por su parte. En el mismo, se pueden observar, además de los retratados, dos siluetas que pudieran ser testigos del matrimonio, o incluso, el sacerdote y el propio Van Eyck. Pero si por algo destaca, es por el nivel de detalle en un elemento de tan escaso tamaño, apenas cinco centímetros. En él se representa la pasión de Cristo, lo que le confiere, junto al rosario y otros elementos de la escena, un carácter eminentemente religioso a la vida de la pareja. Y el juego de las luces que el espejo otorga a la propia habitación.
Por último, son numerosas las referencias a la condición social y la riqueza de la familia, como las frutas importadas del sur de Europa, las sandalias de cuero de Constanza, las ropas del propio Giovanni o el detallismo de la alfombra.
Pero lo que llama mucho la atención, a pesar de que pueda ser un detalle que pase desapercibido, es la firma del propio pintor, “Johannes van Eyck fuit hic” (Jan Van Eyck estuvo aquí), lo que aventura a que, efectivamente, se trate de una ceremonia de matrimonio de la que el pintor formó parte como testigo.
A pesar de todo lo dicho anteriormente, los últimos estudios, avalados por la propia National Gallery, defienden que no se trataría de una ceremonia de casamiento, sino el retrato del matrimonio de Giovanni Arnolfini y su segunda mujer, cuya identidad se desconoce. Y que no se trata de una alcoba matrimonial, sino de una sala de recepción en la que están como testigos un sirviente, que baja por una escalera y se encuentra la escena, y el propio pintor.
Lo que queda claro es que es una obra clave de la pintura flamenca de esa época y de la historia del arte por la utilización de las luces, la quietud de la escena y el realismo óptico de los detalles, algunos microscópicos, pero minuciosos y bellísimos.
Todo en su conjunto hacen que realmente me conmueva cada vez que he tenido la oportunidad de pararme delante de ella, sin prisas, sin distorsiones, con la misma quietud y paz que transmite y que la encumbra como mi pintura favorita.