Si hay algo que nos define a las personas, ya sea por identitario, como por desconcertante, es el gusto musical. Te puede gustar, o no, sumergirte en las paginas de los libros y hacer tuyas las historias y vivencias que en ellos se cuenta. Te puede gustar, o no, pasar un par de horas viendo una película que haga aflorar todo el abanico de sentimientos que los cineastas intentan que sientas. Te puede gustar, o no, engancharte a una serie y pasarte horas enteras, una tras otra hasta acabar una temporada.
Pero lo que, seguro que te gusta sí o sí, es la música, da igual cual, da igual el género, a todo el mundo le gusta la música. Puede que sea copla, dance, jazz, pop, metal, reggaeton, etc.
Eso sí, cuanto mayor se hace uno, más se reafirma en sus gustos musicales y, aunque siempre tenga los oídos abiertos a escuchar nuevas formas de hacer música, hay cosas que no comparte.
Y lo que no comparto es el servilismo de la crítica con determinados artistas a los que, y los últimos tiempos así lo constata, rinden pleitesía en aras de, o bien ganar audiencias, relevancia, notoriedad, etc., o de no sentirse señalado por decir algo a contracorriente.
Creo que en nuestro NORDUR Style queda muy clara cuál es nuestra visión de la música, la que nos gusta, ni más buena ni más mala, pero la que nos gusta escuchar, los conciertos a los que nos gusta ir y el tiempo que decidimos dedicar a unos u otros para conocer su trayectoria, el significado de sus letras o la variedad de sus ritmos.
Como ejemplo a estas reflexiones, tenemos a día de hoy varios ejemplos que cada cual puede calificar según sus gustos, como son Rigoberta Bandini y Rosalía. A ambas hay muchos que las tildan de genios y otros de engañabobos.
No sé si nosotros tendremos las miras muy cortas o qué, pero cierto es que la propuesta de Rigoberta Bandini nos parece más acorde a nuestros gustos, aunque no sea de nuestros predilectos, pero reconocemos el atrevimiento y la calidad de su trabajo, especialmente en algunos de sus temas, aunque no precisamente en el que le ha dado la fama por su propuesta para Eurovisión, que particularmente, no nos gusta.
En cambio, de Rosalía no podemos decir lo mismo. Seguramente la tendencia musical de las nuevas generaciones sea esa, la de ritmos más o menos reconocibles y clasificables, pero con un contenido entendible para unos pocos, así como una puesta en escena rozando la charada. Para nosotros todo su Motomami nos resulta incomprensible, por mucho que se empeñen todos los afines a destripar y analizar cada una de las palabras de las letras (porque son eso, letras), de las canciones. Lejos queda la admiración por aquella actuación en los Premios Goya, que nos pareció sublime.
Y cuidado, que no es que seamos unos clásicos y nos ciñamos a lo estándar, que si nos hemos divertido en un concierto a tope en estos últimos años ha sido en el de Ojete Calor, que tiene tela, pero al menos van de cara, no engañan, te toman el pelo, te lo dicen, eres consciente de ello y lo aceptas tal cual.