17 Oct Una serie que se marcha dejando huella
Antes de que comenzara el fenómeno social de las series en nuestro país, antes de que entraran en nuestras vidas las plataformas televisivas americanas que hoy día nos desbordan con su oferta, antes de que gente como nosotros abandonara la televisión convencional para bucear por los distintos contenidos, géneros, etc., allá por el año 2011, llegó a nuestros oídos la existencia de una serie llamada Homeland, la cual se convirtió en nuestro germen para el enganche a esta nueva forma de ver la tele y que dejó un profundo calado.
Homeland es una serie americana basada en otra serie israelí, en donde, valga decirlo, la ficción cada vez es más contundente y atractiva (aunque de eso ya hablaremos otro día) en la que un marine del ejército de Estados Unidos aparece liberado después de pasar ocho años secuestrado por Al-Qaeda.
En ese momento, se convierte en un héroe nacional, salvo para una agente de la CIA, que ha recibido una noticia de que un prisionero de guerra americano se había unido a Al-Qaeda y ahora está en el bando contrario. El argumento no podía ser más atractivo.
La historia se convierte en un duelo interpretativo entre Damian Lewis, que ahora podemos ver en otro fantástico cara a cara con Paul Giamatti en Billions, y Claire Danes, que se dio a conocer en Romeo y Julieta junto a Leonardo DiCaprio. Él es Nicholas Brody, sargento del cuerpo de Marines de los Estados Unidos rescatado en una operación en Irak, y ella, Carrie Mathison, agente de la CIA especialista en terrorismo islámico y con un trastorno bipolar que irá incrementando temporada tras temporada.
El punto de enganche de la serie viene dado, por un lado, en los comportamientos de Brody, unas veces de auténtico héroe nacional y valedor de los valores familiares y otras, sospechoso de haber sido captado por la organización terrorista. Por otro lado la lucha de Carrie por demostrar que esos comportamientos sospechosos son reales o no, condicionada siempre por su enfermedad y sus paranoias, apoyada por uno de los jefes de la CIA, Saul Berenson, interpretado impecablemente por Mandy Patinkin, que le da cordura a las interpretaciones y desvaríos de Carrie.
La factura de la serie es impecable, la tensión, el ritmo, las interpretaciones, el despliegue de medios técnicos, las situaciones, las localizaciones… todo esto te mantiene constantemente en vilo y hacen, como fue en nuestro caso, que nos pasáramos noches enteras viendo uno tras otro sus capítulos.
La serie ha tenido una duración de ocho temporadas (ha acabado este mismo año) y, aunque con sus obvios altibajos, ha mantenido siempre la misma calidad de producción y de estética que la han definido. Pero son esas tres primeras temporadas las que tuvieron un impacto en nosotros; no en vano recibió multitud de premios tanto por la serie como por sus protagonistas, y lo que nos hizo engancharnos a ella hasta el punto de esperar cada nueva temporada con ansia de seguir con la historia.
El final ha sido digno de la propia serie, inquietante, emocionante y relativamente sorprendente, haciendo un guiño a esas primeras temporadas que la encumbraron como una de las mejores series del momento.
Después de ésta, han venido muchas series con mayor nivel de realización y de producción, obviamente, pero Homeland fue la primera en engancharnos. La echaremos de menos.