Estamos de vuelta, con las fuerzas y las ilusiones renovadas para este año y con ganas de seguir contando cosas sobre nuestros intereses y filosofía de vida que aplicamos en el día a día de nuestra empresa.
En nuestro equipo contamos con una persona daltónica que da una visión de la vida y de las cosas muy interesantes, más allá de las típicas bromas que esta característica pueda conllevar y que él podría rebatirte ipso facto. Por eso, este post trata sobre la búsqueda y el encuentro que tuvimos con uno de los daltónicos más sorprendentes, Edvard Munch.
Hace ya algunos años, tuvimos la oportunidad de realizar un viaje a Oslo, siendo uno de los motivos que más atraían para hacer este viaje, ver en directo El Grito de Munch.
Edvard Munch es un pintor noruego, precursor del expresionismo y gran transmisor de sentimientos agónicos, dolorosos y pasionales, basados en su experiencia personal y en la tragedia en la que se convirtió su vida y que tanto le afectaron a nivel emocional y personal.
Además de todo esto Munch era daltónico, y una vez está dentro de la sala destinada a él en el National Museum de Oslo, te quedas sorprendido de ese dato. La riqueza cromática que usa en sus obras, todas enmarcadas en trazos hechos de una sola pincelada es realmente interesante. Sobre todo, para un daltónico como nuestro compañero, que no sabe los colores que utiliza, pero que sí se queda ensimismado con esa obra que, realmente sobrecoge. Además, tienes la oportunidad de estar a solas con el cuadro, afortunadamente este museo lo permite, y merece la pena esperar un rato para poder disfrutarlo.
Y mucho más sorprendido te quedas cuando lees lo que Munch escribió sobre El Grito.
“Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”.
Ante esto, nuestro compañero se pregunta, “si un daltónico puede describir los colores así, por qué no voy a poder disfrutarlo yo”. No son pocos los que le preguntan de qué forma disfruta el arte, que cómo lo ve, y cómo puede apreciar los colores. La respuesta siempre es la misma, no sabe si lo ve si de la forma que debiera, pero sí de la forma que le llenan.
Le ocurre con este cuadro lo mismo que le ocurrió con todos los que ha perseguido por tratarse de sus obras favoritas, como los fusilamientos de “El 3 de mayo en Madrid”, de Goya, y sobre todo el “Matrimonio Arnolfini“, de Jan Van Eyck y del que ya hemos hablado anteriormente. Su próximo reto, pero lejano por el lugar ya las circunstancias, es ir a Chicago para ver “Noctámbulos” de Edward Hopper, no va a ser fácil, aunque acepta sugerencias.
Los colores no los distinguirá, pero la belleza siempre le toca a uno y para eso da igual ser daltónico o no.